Es innegable que la chaquetilla (especie de chaqueta o casaca que llevan los jockeys para montar en carrera) va inseparablemente unida al mundo de las carreras de caballos, imprimiéndole un carácter de especial pintoresquismo. Ha sido la experiencia la que, a través de una lenta evolución, nos ha legado esta bella tradición en cuanto a las hechuras y materiales que la dan forma y a los colores y sus caprichosas disposiciones que la adornan.
En las primitivas carreras, los propietarios hacían correr los caballos sin dotar a sus jockeys de vestimenta especial alguna. Más tarde fue adoptada la clásica casaca, roja o azul según el caso, con “casquette” o gorra negra. Por fin, con la aparición de las primeras regulaciones sobre los pesos a portar por los caballos en carrera y el aumento del número medio de participantes, se hizo imprescindible adoptar un determinado equipamiento para participar en carreras públicas :
-Por una parte debía de ser un material ligero, de extrema comodidad, que permitiese al jockey libertad absoluta de movimientos, poder montar al menor peso posible y con facilidad para empujar, fustigar o, simplemente, colocarse adecuadamente a caballo. Por ello los materiales empleados en la actualidad son la seda, para propietarios económicamente pudientes, que presta un toque de distinción tanto a los colores como al jockey que los viste ; el nylon, por económico el más utilizado y, la lana fina, generalmente empleada para carreras de obstáculos donde la menor importancia del peso (debido a la escala más alta) y las bajas temperaturas que acontecen cuando se disputan en Inglaterra o Francia, aconsejan su uso.
-Por otra parte, la necesidad de distinguir un caballo del resto, tanto durante el recorrido para el propietario, jueces y público en general, como en la meta para el juez de llegada, hizo que los propietarios comenzasen a correr siempre sus caballos dotando a sus jockeys con chaquetillas de determinados colores.
Así, a mediados del siglo XVIII se comenzaron a utilizar los colores (término empleado al hacer referencia a un propietario, que incluye chaquetilla y gorra) sin que su uso y registro fuesen aún obligatorios. No fue hasta 1.762 cuando, por la segunda orden dictada por el Jockey Club inglés, desde su reciente fundación, se establecieron sobre una base más organizada. La mencionada orden, traducida literalmente, decía lo siguiente :
“Para la mayor conveniencia de distinguir los caballos durante la carrera, y también para la prevención de disputas que puedan surgir por el desconocimiento de los colores que lleva cada jinete, los caballeros abajo mencionados han tomado la resolución y el acuerdo de tener unos colores unidos a los siguientes nombres y que serán llevados por sus respectivos jinetes, de la forma que sigue :
Duque de Cumberland : púrpura
Duque de Grafton : azul cielo
Duque de Devonshire : color paja
Duque de Kinston : carmesí
Duque de Ancaster : color ante
Duque de Bridgwater : azul de garter
Marqués de Rockingham : verde
Conde de Waldegrave : rojo oscuro
Conde de Orford : púrpura y blanco
Conde de March y Mr. Vernon : blanco
Conde de Northumberland : amarillo oscuro
Conde de Gower : azul con gorra azul
Vizconde Bolingbroke : negro
Sr. J. Moore : verde oscuro
Mr. Greville : marrón con adornos amarillos
Mr. Shafto : rosa
Lord Grosvenor : naranja
Esta regulación entrará en vigor en el segundo “meeting” de Octubre, a celebrarse próximamente. Los Comisarios, por lo tanto, confían en nombre del Jockey Club que los caballeros arriba mencionados se ocupen de que sus jinetes dispongan para esa fecha de las ropas adecuadas”.
El color de las gorras no se especificaba en la mayoría de los casos, aunque parece que generalmente era negra, residuo resultante del tradicional hasta entonces uniforme rojo, de acuerdo con los cuadros y grabados de la época.
Esta regulación entrará en vigor en el segundo “meeting” de Octubre, a celebrarse próximamente. Los Comisarios, por lo tanto, confían en nombre del Jockey Club que los caballeros arriba mencionados se ocupen de que sus jinetes dispongan para esa fecha de las ropas adecuadas”.
El color de las gorras no se especificaba en la mayoría de los casos, aunque parece que generalmente era negra, residuo resultante del tradicional hasta entonces uniforme rojo, de acuerdo con los cuadros y grabados de la época.
La distinción entre las diversas chaquetillas se hizo difícil de mantener al ir apareciendo más propietarios y caballos, que colores con los que diferenciarlos. Para solucionar el problema fue necesario introducir en su diseño variadas disposiciones de los colores escasos y, como en función del desarrollo de las carreras la confusión era todavía temible a pesar de esta precaución, fue necesario someter este detalle de organización práctica a una reglamentación particular. Antiguamente, los pequeños detalles colocados en las chaquetillas, tales como el cuello y los puños, los botones, las costuras o vivos, eran meramente ornamentales y, si bien se registraban, no eran considerados como referencia suficiente para permitir al nuevo propietario registrar sus colores. En la actualidad, los elementos decorativos solo se permiten en aquellos casos especiales en los que la declaración se hubiese realizado con anterioridad a la fecha de publicación de la definitiva reglamentación.
De esta forma aparecieron por primera vez en Inglaterra los “Libros de Registro de Colores” allá por 1780, aunque no fue hasta 1870 cuando se hizo obligatorio registrar “los colores llevados por los jinetes”. Estos registros se continuaron haciendo en una serie de viejos libros encuadernados en piel, abriéndose el último en 1931. Por fin, en 1958 se trasladaron los registros de los libros a fichas clasificadas por colores y colocadas en cajones, desde el negro al amarillo, de acuerdo con el espectro solar.
Cuando un propietario ha elegido una chaquetilla de un color determinado y hace declaración de ello a la Sociedad de Carreras de su nación, se vuelve de su propiedad y nadie puede hacer correr bajo los mismos colores, ni él hacer correr sus caballos con colores distintos a los declarados. Sin embargo, si dejase pasar de dos a cinco años según las distintas reglamentaciones, caducaría su derecho sobre ellos y cualquier otra persona podría adoptarlos al realizar su propia declaración
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